Geysir es lo que recomiendo visitar más rápido: ver un geiser mola, pero una vez lo ves ya está y quieres salir de ese recinto abarrotado con actividad geotermal lo más rápido posible. El geiser (único neologismo de origen islandés asimilado por el resto de idiomas y que significa emanar) que vemos no es el original, sino uno de diámetro menor que lanza agua cada 8 minutos. Sí, es espectacular, pero imaginad como sería el Gran Geysir, que podía hacer que el agua que expulsaba alcanzara los 80 metros de altura. ¿Qué pasó? Que unos turistas lo bloquearon al arrojar piedras en su interior, en la década de los 50.
La cascada de Gullfoss
Gullfoss se merece su popularidad, porque es una cascada
realmente preciosa. Debe su nombre a los reflejos dorados (gull significa
dorado) que adquiere su agua cuando le da el sol, aunque también a la leyenda
que dice que un lugareño tenía mucho oro en casa, tanto que no podía soportarlo
y lo lanzó a la cascada (sí, es difícil de entenderlo para una mente española,
lo sé). El ruido del agua es maravilloso, como lo es la cortina de gotas que
levanta y que te moja la cara y los remolinos blancos, casi leche, que se
precipitan al vacío.
Pinvellir, aunque la primera letra no es una p sino otra que no he encontrado con sonido similar a la zeta
Pinvellir aúna belleza e historia: Patrimonio Mundial de la
Unesco desde 2004, en el 930 d.c los islandeses fundaron aquí el primer
parlamento democrático. Es punto de encuentro, o choque, de las placas
tectónicas de Norteamérica y Europa, de ahí la gran fractura que es la falla de
Almannagjá. Negaré haber dicho esto, pero una vez en el parquin pasad del
recorrido marcado y subid por la ladera para admirar las vistas de las dos
partes y del río interior, que va a parar al lago más grande de Islandia. La
sensación es rara, de paz provocada por la violencia física y el peso de la
historia, por trillada que sea esta expresión. Clanes (sagas) decidiendo el
futuro del país en una tierra que no deja de moverse bajo sus pies.
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