A La Costa Brava era
hermoso verles caer, si es que caían, ante mis ojos no hacían otra cosa que
levitar y brillar, como un maravilloso fenómeno paranormal. Pero si Ricardo
Vicente dice que caían, pues caerían. Y si es que Ricardo sigue cayendo, sigue
haciéndolo de la manera más preciosa posible. El pasado viernes presentó ¿Qué
haces tan lejos de casa? en el Heliogabal y allí todo fueron sonrisas, silencio
cómplice y amor. No se puede hacer otra cosa que amar a quien escribe canciones
como cuentos de verano, que te hacen querer llorar y reír al mismo tiempo, que
buscan la belleza inmortal. Que ya nunca te van a dejar sola. Ese es el tipo de
canciones que escribe Vicente.
El del Helio fue un
concierto delicioso, acompañado a la batería de Enrique Moreno, compañero en La
Costa Brava, de pegada contenida, precisa y cómplice. Tocó buena parte de las
canciones de su libro-disco y también grandes himnos anteriores como Banderas
Rojas, A cielo raso, Todos tus caballos de carreras o Reactor nº4. Todas juntas
formaban un repertorio excelente de alguien que fue mostrando tan tímidamente
sus canciones al amparo de Sergio Algora y Francisco Nixon, como si fueran poca
cosa cuando eran grandes, para luego soltarse de su mano y crecer. Letrista
excelente y poco dado a los lugares comunes, atemporal, merecía su propio
espacio. Y ese público que aplaudía aquellas canciones lo ha recibido con el
corazón abierto.
Quien lo ha visto en
directo sabe que no sólo es buen letrista, sino que otra de sus bazas es ese
dominio de la voz con el que interpreta las canciones, dotándolas de una verdad y un tono cautivador. Su concierto
en Barcelona fue emocionante pero contenido, como si todos guardáramos el
aliento para no perdernos nada. Fue realmente hermoso, aunque breve, esa es la
única pega que le puedo poner. Bueno, también que no tocara Vísteme Eau Jeune, de mis
favoritas del disco. Pero, Richi, te perdono si prometes volver al Helio
pronto.
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